lunes, 12 de abril de 2010

Una aproximación a la utilización del deporte.

Sería contraproducente intentar educar sobre el deporte sin tener unas ideas claras sobre las repercusiones que tiene1, las influencias que provoca, hacia qué deriva su práctica... Hay que saber qué es lo que pensamos sobre un contenido tan controvertido en Educación Física para saber hacia dónde queremos dirigir más la atención. La solución no es la mayor participación posible, porque estaríamos enfocando hacia una idea mecanicista; de la misma forma, la solución no es la eliminación del contenido, porque estaríamos ante la estrategia del avestruz.

La educación deportiva incluye todos aquellos elementos que hacen una formación completa de los sujetos que se encuentran vinculados al deporte, no es sólo la formación del sujeto en crecimiento, también es la transmisión de valores motores, sociales, morales e intelectuales. La educación deportiva implica que las personas que van a participar en el deporte parten con una idea preconcebida del mismo, y desean obtener algo a cambio. El profesor quiere que sus alumnos mejoren en sus habilidades; el alumno y la alumna que su esfuerzo se vea recompensado, o quizás lograr ser vistos por los demás con un marcado énfasis en el prestigio, o tener la posibilidad de ser incluidos en un grupo social; la empresa deportiva desea obtener mayores beneficios económicos; los dirigentes deportivos desean un reconocimiento social... y así un largo etcétera, con diferentes motivaciones e inclinaciones.

En la educación deportiva se encuentran todos aquellos aspectos que hacen que los sujetos tengan una formación que va más allá de la simple práctica, que asume también el conocimiento cultural relacionado con el deporte y la socialización que se consigue con el mismo. A esto tenemos que añadir el componente de autonomía como uno de los aspectos claves en la educación deportiva.

Si para participar en el deporte es necesario un compromiso ético, parece necesario que exista una educación deportiva. Si somos críticos en la forma en la que el deporte se expresa en la sociedad, y aún más críticos en la forma en la que intenta penetrar en la Educación Física, no podemos darle la espalda sin más, debemos ser nosotros, el profesorado como eje principal, el que establezca cómo debe ser instaurado, qué es lo que estamos dispuestos a admitir, y cómo debe plantearse para que pueda ser un vehículo de desarrollo para el alumnado.

Es cierto que podríamos olvidar el deporte y, sin más, no utilizarlo; pero tenemos que entender que a otros contenidos se les podría hacer la misma invectiva, y terminaríamos por comprometer la actividad física educativa. Creo que lo mejor es que establezcamos unos mínimos rigurosos, que tendrán que ser consensuados con todas las partes, y a partir de ahí, intentar una práctica deportiva que suponga una apreciación positiva y sostenida para la mejora del sujeto, tanto individual como colectivamente.

La educación deportiva supone un punto de vista que hay que matizar, pues no es el único contenido posible en las clases de Educación Física. Es cierto que, en muchas ocasiones, el contenido estrella es el deporte, pero no podemos aventurar el porvenir de la Educación Física sólo por el deporte (como bien ha expuesto Hsu, 2000). Quizás sea cierto que el concepto de Educación Física sea más tardío que el de deporte, pero no por ello debe predominar (incluso evitar), sobre otros contenidos.

El deporte, según parece, es más o menos emergente, tiene más calado educativo, dependiendo de que la Educación Física tenga mayor o menor importancia curricular. La cultura global acepta más al deporte, mientras que el sistema educativo acepta más a la Educación Física. Aun así, se confunde Educación Física con deporte, y quizás por ello tiene una posición más clara el último que la primera. Lo que es cierto, es que el deporte está dentro y fuera de la escuela, no así la Educación Física; y lo que hay que reclamar es un deporte que tenga como base una educación deportiva, dentro de la Educación Física.

La influencia de una cultura deportiva está documentada y criticada (Barbero González, 1992; Brohm, 1978; Laguillaumie, 1978), a veces con más énfasis en unos aspectos que en otros (Devís Devís, 1995; Fraile Aranda, 1999; Velázquez Buendía, 2001)2 pero creo, en cualquier caso, que podemos establecer una educación deportiva que manifieste una práctica atractiva3, aunque pueda no resultar la solución absoluta, debido a las diferentes formas de entender dicha práctica.


Qué significa educación deportiva

La educación deportiva implica un respeto por la práctica deportiva con beneficio para la persona que lo ejerce, como para las personas que lo quieran ejercitar. Desde este punto de vista, quedaría excluido intentar que el deporte fuera beneficio de unos pocos, sobre todo en detrimento de otros4. Las personas deben entender que si la práctica deportiva es beneficiosa debe ser para todos y todas, incluso debe permitirse que los que no deseen obtener ese beneficio, puedan elegir no practicarlo.

El profesorado5, es el que cree conocer las necesidades del alumnado, porque el punto de vista del adulto incide en la formación, más centrándonos en un currículum oficial hacia unas necesidades educativas, más o menos universales, que hemos ido adjudicando al deporte en las clases de Educación Física (Castejón Oliva, 2001).

Los profesores, quizás los que se encuentran en primer lugar a la hora de proponer el deporte, deben atender a una práctica que permita al alumnado adquirir un conocimiento verdadero y válido para el propio sujeto y que, además, contribuya a participar en la sociedad en la que todos estamos implicados, pero sin que sea necesario para la sociedad que exige una práctica deportiva exclusivista.

Es decir, el alcance del deporte educativo no es siempre lo que estima el profesorado, sino lo que logra entender el alumnado respecto a los significados que obtiene en su desarrollo psicológico y social: autoconcepto, ansiedad, diversión, amistad, aceptación, rechazo (un ejemplo, Brustad, 2004) 6. Por eso, cuando presentamos tareas deportivas que pretendemos que tengan algún alcance (motivación, aprendizajes, tiempo de práctica, etc.), no sabemos qué hemos conseguido si no se hace una práctica global, en el sentido de que pueda alcanzar a todos los ámbitos educativos que rodean al sujeto. Lo que entendemos por necesidades deportivas en el alumnado son necesidades mientras sean alumnos, pero cuando ya no están con nosotros (en nuestra clase, porque promocionan a otra situación educativa, o porque dejan de estudiar), las necesidades son otras. Quizás pretendemos que sigan practicando deporte, pero la opción es la que elija el sujeto; asumir que porque hayan practicado algún deporte en nuestras clases implique que harán deporte en el futuro, es un poco quimera7.

Debido a esto, no hay por qué introducir una práctica que tenga mayor representación social si con ello se alinea al sujeto a una práctica única. Esta selección significa que debe proponerse una educación en la que se origine un aprendizaje para disfrutar y disfrutar para aprender, donde exista una variedad de posibilidades que alcancen una mejora educativa en la práctica deportiva. Práctica deportiva que no significa, en exclusiva, hacer deporte, entendido como un practicante más al uso, sino hacer deporte con todas las posibilidades que éste ofrece, y que no es sólo correr, saltar, lanzar, girar, etc., también significa que el alumno debe comprender las dificultades propias y de los demás, que existe múltiples posibilidades de participar: cómo me ayudan y cómo ayudo, cómo hago que los que saben menos puedan saber más, qué hago yo que los otros y otras no hacen o no pueden hacer, qué puedo hacer por ellos, etc.

El concepto implícito entre los profesionales basado en la idea de la alta participación práctica, es decir, intentar que haya un gran tiempo de práctica con el fin de que mantener al alumnado ocupado y así conseguir altos niveles de aprendizaje, puede llevar nada más que a una actividad sin sentido, porque en muchos casos, estas intenciones derivan a jugar un partido, y los que participan no son todos (y menos ellas), aunque parezca que todos están ocupados.

El análisis, la reflexión y la selección, supone implicarse en diferentes propuestas, desde la práctica motriz, que es el uso frecuente tal y como conocemos el deporte, hasta participar como espectadores, como árbitros, etc., es decir, si el deporte tiene un desarrollo social con diversas funciones, habrá que atender a todas ellas, si es que queremos que exista un comportamiento ético en todos sus efectos.

Desde la educación deportiva se debe buscar e incidir en la diversión. Incluso muchos profesores responden, ante preguntas como qué objetivo pretenden con el deporte, con respuestas como que se lo pasen bien, que se diviertan. Desde nuestro punto de vista creemos que al colegio se va a algo más que a divertirse, e insistimos en la necesidad del aprendizaje. Esto no quiere decir que la práctica de enseñanza no tenga que incluir actividades gratificantes, porque uno de los requisitos que tenemos como profesores es unir aprendizaje y diversión. El aprendizaje debe ser divertido para el alumnado, pero no parece que la diversión se consiga si no hay un aprendizaje de habilidades que permitan la participación. Porque los que participan son los que se divierten, los que no participan dejan de participar porque no es divertido.

El ambiente en el que se desarrolla el deporte, hace que éste pueda implicar una práctica deportiva. Hay que comprender que el alumnado manifiesta distintas conductas cuando el medio, las circunstancias en las que se está inmerso, son distintas. Si la educación deportiva se presenta con énfasis en la agresividad (no estoy diciendo que haya que hacerlo así), entonces las personas manifestarán agresividad, aunque esas mismas personas, en su medio habitual no deportivo, no la tengan. Lo mismo podemos decir de otras conductas (paciencia, disciplina, etc.). Sin embargo, es cierto que hay situaciones deportivas que pueden ser trasladadas a la vida diaria. Puede suceder que una persona haya mejorado su disciplina porque el deporte le ha formado en dicha disciplina, o que sea más paciente. No obstante, hacen falta trabajos de investigación que apoyen una transferencia positiva o negativa.

Entre las manifestaciones en las que se desarrolla el deporte, el respeto aparece como una de las más significativas. No es sólo el respeto a las reglas, sin duda necesario, sino que es prioritario el respeto por uno mismo y por los demás. La educación deportiva debe implicar una práctica que suponga provecho para todos y para todas en el sentido de que es una práctica social beneficiosa, si, como veremos más adelante, lo tiene. Porque no se trata de educar sobre algo que no es bueno, que no es satisfactorio, sino todo lo contrario, se trata de educar en algo que produce ganancia para las personas que se implican en ello. Si el deporte no tiene factores positivos (ninguno, o pocos), entonces, desterremos su práctica y atendamos a otras actividades. Sin embargo, soy de los que creen que el deporte no deja de ser una herramienta que produce beneficios8.


Algunos factores intrínsecos y sus posibilidades para una educación deportiva

Los análisis del deporte visto desde su dinámica interna, tanto desde el punto de vista funcional como estructural (Hernández Moreno, 1995, 2000; Parlebas, 1988), han supuesto una amplia y profunda información que nos han permitido comprobar qué elementos característicos del deporte son contemplados para un estudio adecuado. En nuestro caso, y para lo que pretendemos, vamos a centrarnos en exclusiva, en tres aspectos que comprenden el deporte, quizás más genéricos y que no se trata de ofrecer una clasificación, sino un conjunto de elementos comunes, que a nuestro parecer son: actividad física, competición y reglas. Sabemos que se podría ofrecer otros elementos9, pero para nuestro estudio, creemos que estos son los apropiados.

En cualquier caso, analizar sólo el aspecto "carga física", o "competición", o "reglas", sin tener en cuenta a los otros, será una irresponsabilidad, porque todos ellos están entrelazados, y uno repercute en el otro. Las personas somos capaces de incidir más en alguno de ellos, debido a nuestro conocimiento, a nuestros intereses e inquietudes. El profesorado elige el deporte, muchas veces, por la carga física ("el deporte te pondrá en forma"), pero debe saber que los otros aspectos están presentes, porque si no, sería actuar con torpeza e ignorancia. Entendemos que no sólo hay que atender al componente motriz, los aspectos afectivos, sociales y cognitivos tienen tanta o mayor importancia, aunque en nuestro caso, y, además, por el área de conocimiento en la que estamos, tratamos de analizarlo teniendo en cuenta, sobre todo, el componente motor.


Actividad Física

Podría parecer una redundancia, pero entre las personas relacionadas con el deporte parece que no hay una unificación de criterios. Creo que el deporte incluye a la actividad física, pero no toda la actividad física es deporte. También es cierto que puede existir falta de acuerdo para saber cuánta cantidad de actividad física estamos dispuestos a admitir (ajedrez, petanca, motociclismo, etc.). Sin embargo, podemos asumir que el deporte tiene cierta carga física en la persona que lo practica.

Muchas de las actividades físicas que realizamos en la vida cotidiana pueden tener un grado de carga que en algunos deportes nunca existe. Pensemos en transportar objetos grandes y pesados, en las labores agrícolas, y un largo etcétera. Por el contrario, el tiro olímpico es considerado deporte, cuando su carga física es mínima. Sin duda, reconciliar estos dos puntos de vista resultaría difícil, por no decir imposible. El concierto entre precisión en la habilidad y el grado de esfuerzo en las habilidades motrices ofrece distintas maneras de estudiarlas y comprenderlas.

Sin embargo, si observamos una clase de Educación Física, donde se está impartiendo deporte, comprobamos que la carga física debería ser lo suficiente como para entender que es una de las razones de su práctica. Muchas veces se debe a la falta de movilidad de otras áreas de conocimiento, entendiendo que en la nuestra es lo más natural.


Competición

Para algunos la palabra maldita. No se puede entender el deporte sin competición. Sin embargo, existen muchas prácticas deportivas no competitivas, aunque puede parecer que cuando esto es así, deja de considerarse deporte. No obstante, como comenté en el trabajo anterior a éste10, la competición está arraigada en el ser humano. Dependerá de nosotros cómo queremos que se presente.

Como veremos más adelante, el tratamiento de la competición tiene que incidir, con preferencia, en que las personas traten de superar sus propias dificultades, y no intentar vencer al que está enfrente de uno mismo. Me refiero a una competición amistosa, porque no es una pugna por recursos mínimos, por un terreno vital o por cualquier otra circunstancia, es por el hecho de interactuar entre grupos, de comprobar en qué situación nos encontramos, cómo estamos respecto a una referencia externa que nos puede ayudar a mejorar en nuestras habilidades11.


Reglas

La práctica deportiva tiene un conjunto de reglas que hay que respetar, porque no podemos practicar sin que exista un reglamento que permita cumplir un principio de igualdad entre todas las personas que están en dicha práctica. Las reglas no propician la desigualdad, sino que introducen un marco de actuación para todos y todas. No obstante, como en otras facetas de la vida, hay personas que utilizan las reglas en beneficio propio. 12

Como vemos, podríamos introducir más aspectos, algunos incluso podrían ser relevantes para comprender el deporte, quedémonos aquí como punto de referencia para introducir lo que consideramos una educación deportiva. Si atendiéramos a más aspectos, haríamos lo mismo que estamos intentando: argumentar por qué debe intentarse de una forma si se quiere que la construcción social de una práctica provoque beneficios.


Qué podemos hacer para incidir en una educación deportiva

Los enfoques en la educación deportiva pueden ser y son diversos (ver por ejemplo a Darnell, 1994; y también Giménez Fuentes-Guerra, 2003; y con más amplitud a Siedentop, 1994), algunos merecen más atención que otros, aunque creemos que lo importante es proponer unas bases que tengan como principios las personas que están implicadas en la práctica, y no el deporte en sí.

Arnold (1986) presenta las creencias típicas de la participación del alumnado en los deportes: a) la valoración positiva de una clara, pero no probada, conexión entre participar en deportes de equipo y el desarrollo de valores morales y sociales (respeto, generosidad, cooperación, etc.); b) la valoración neutra, que declara al deporte como juego y por lo tanto, está fuera de la vida real y la moral no es importante, o mejor dicho, inconsecuente; y c) la valoración negativa, que declara que en el deporte (de alto nivel), lo que menos se da es una sociabilidad, porque la competitividad es tan elevada, que lo único que se consigue son conductas indeseables. Resume el autor que si lo que queremos es una educación moral vinculada con el deporte, es con una clara, deliberada e intencional actividad que sea comprendida por los sujetos que participan en dicha actividad, lo que se puede denominar un derecho a razonar acompañado de un derecho a actuar, de manera considerada, en el deporte. Esta situación nace de las propias disposiciones que realiza el profesorado, que es el que tiene que aplicar conocimiento y comprensión, de las dos partes implicadas (alumnado -y entre el propio alumnado- y profesorado) de lo que constituye un buen y correcto contenido (el deporte).

Si hubiera un elemento, factor o característica fundamental de la educación, ése debería ser la ética. No se puede entender una educación que no tenga como punto de referencia la educación en valores de las personas. Los principios sociales, los principios democráticos, los principios de desarrollo individual y social, se encuentran por encima y rodean a cuantos aspectos queramos plantear para enseñar el deporte. En el caso de su enseñanza, nos valemos del mismo para conseguir esos ideales, los cuales son una representación y reflejo de nuestra sociedad, pero también de la humanidad tal y como deseamos que sea.

Llegados a este punto, tendríamos que asegurar que la educación deportiva implica, tomar partido por un conjunto de elementos éticos. Si nos referimos a la actividad física, no podemos involucrar una disminución declarada y descarada de las posibilidades de movimiento que provocan un beneficio demostrado en las personas, que a su vez, incluye una disminución y reducción del desarrollo personal y social. Conseguir que las personas se sientan a gusto con lo que hacen para sí mismas, para los demás y con los demás, debería primar sobre aspectos reduccionistas, como conseguir una mejora en las habilidades motrices repercutiendo en modo desfavorable como ser social. Por ejemplo, si elegimos sólo dos o tres deportes, estaremos dejando fuera posibilidades de movimiento, y por lo tanto, falta de aprendizaje, que puede contener que no mejore en sí mismo, ni que pueda relacionarse con otras personas por su falta de conocimiento. La enseñanza deportiva, en este caso, debe incidir en la posibilidad multifacética, es decir, una amplitud de contenidos, variedad de deportes, que permitan una educación deportiva, desde el punto de vista motriz, amplia.

Es cierto, no obstante, que la práctica deportiva tiene en algunos casos "diferencias y desigualdades que, por razón de género, se dan en el deporte y en los valores que a él se asocian" (López Crespo, 2001, p. 39). Si bien la autora manifiesta su preocupación por este encasillamiento del deporte asumido en la sociedad, también es verdad que la educación, y un ambiente educativo concreto, pueden ayudar a una mayor sensibilidad por parte de todos y todas y lograr que este deporte suponga beneficios para la persona, independiente de su adscripción a uno u otro sexo.

En cuanto a la competición, sin acogernos deliberadamente a un tipo de deporte (individual, de adversario, colectivo, etc.)13, los sujetos tienen un reto propio, y no están obligados a tener como referencia a igualar y superar a otros y otras. El ser humano tiene la necesidad de ser mejor de lo que es, en todos los aspectos. Pero esa necesidad no se tiene que manifestar en una sola forma de relación. En las posibilidades individuales, cooperativas y competitivas, existen diferentes modos de actuar, pero se trata, en esencia, de conseguir que las personas sean autónomas a la hora de tomar las decisiones, cómo quieren implicarse, sin que ello lleve consigo una mejora propia a costa de la disminución de la mejora de los otros.

Las necesidades individuales14 suponen un reto por mejorar por sí mismos, pero no debe entenderse con ser individualistas. En muchos deportes hay que realizar las actuaciones de forma individual (atletismo, natación), sin que ello signifique que no exista un predominio cooperativo, algo que debe enfatizarse desde la enseñanza. El aprendizaje es un acto personal que necesita, en casi todos los momentos, la presencia de otro u otros que le ayudan a conseguir el aprendizaje. Por ello, la enseñanza, cuando se desarrolla en un sentido colaborativo de representación y ayuda con otras personas, supone una referencia que permite la singularidad del mismo (Slavin, 1985).

La cooperación proporciona mejoras considerables respecto a las referencias que se obtienen, sobre todo desde el punto de vista de la heterogeneidad. Desde la genética, la cooperación tiene visos incuestionables a lo largo de la evolución de la humanidad, aunque los aspectos egoístas están presentes en la propia evolución (Dawkins, 1994). Desde el punto de vista cultural y social, las conductas de cooperación y las conductas altruistas se encuentran en situación de reciprocidad. Hay actos egoístas, individualistas, que son favorables en determinados momentos, y más respecto a extraños, pero también hay actos de altruismo en otros momentos, porque favorecen las relaciones entre los sujetos, sobretodo con sujetos afines. Sin embargo, ni todos los chicos y chicas realizan actos cooperativos, de la misma forma que los adultos no siempre tienen buenas intenciones, algo que puede suceder en la enseñanza del deporte, aunque como herramienta social, necesita los ajustes necesarios para su utilización positiva. Así, desde la psicología y la antropología social se puede comprobar estudios al respecto (Deutsch y Krauss, 1976). Los planteamientos de cooperación, con raíz altruista, manifiestan una referencia del lugar que ocupa la otra persona, de manera consciente; como señala Lèvinas, cuando dice que hay que recordar que el darse a otros implica una profunda reflexión y constancia, que significa un acto voluntario (Lèvinas, 1991, p. 91): "Decir: heme aquí. Hacer algo por el otro. Dar. Ser espíritu humano es eso".

Sin embargo, la competición no puede ser elemento prioritario en el deporte, sobretodo con el fin de la eliminación, porque entonces también sería el fin de la propia competición y del deporte. Es por ello que la cooperación termina siendo una inclusión cultural que proporciona más beneficios que la competición desmedida o el individualismo. Quizás sea cierto que, como individuos15, hemos realizado un esfuerzo considerable para que la convivencia no se deba a los actos competitivos por encima de los cooperativos. Pero el error está en considerar a los individuos como entes solos, únicos, cuando el rasgo característico del ser humano es su contacto social, y la forma en la que podemos participar en la sociedad es cooperando, más que compitiendo, sin que ello evite situaciones competitivas e individuales. Pero situaciones competitivas e individuales que ayuden a todos, y no sólo al que realiza y pretende sacar beneficio exclusivo de esas actuaciones competitivas e individuales.

La competición, tal y como en nuestro caso la entendemos, supone un reto por mejoras individuales con otros, no a costa de otros (creo que lo que ocurre habitualmente es que se confunde competición con competitividad o afán competitivo). Hemos declarado un poco antes que la competición entre los niños y niñas es una competición amistosa. Si el deporte, como adultos, no podemos entenderlo sin competición, son los propios niños los que no entienden de la misma forma esa competición. Para el adulto, la competición es seria, pero para el niño, la competición es lúdica y sin el rigor adulto. Deberá ser el profesor el que facilite y surta una competición que sea la que pide y solicita el niño, evitando un producto elaborado por adultos. Las preguntas que se suelen utilizar del tipo: "¿quién ha ganado?", provocan una reacción distinta a las preguntas del tipo "¿os habéis divertido?", "¿qué habéis aprendido?". Ganar o perder es una consecuencia más, como puede ser mejorar la condición física, pero no debe ser el objetivo de la práctica deportiva.

Respecto a las reglas, Arnold (2001) argumenta que el deporte, cuando es utilizado como una práctica humana, es en sí una forma de educación moral y ayuda a la educación moral de la persona. Y se basa en las investigaciones que se realizan en cuanto al juicio moral que se referencia en uno de sus principales principios, el de justicia, que es cuando elegimos lo que nosotros queremos para todas las personas en todas las situaciones, sin que ello signifique una interpretación de la moralidad. No obstante, debemos recordar que el juicio moral en los niños no está formado como en los adultos y que este juicio no se alcanza hasta una edad entre los 10 y los 12 años (Lee, 1988; Linaza y Maldonado, 1987; Piaget, 1983); quiere decir esto que la implicación moral, el respeto por las reglas, dependerá de cómo son interpretadas según el desarrollo del alumnado, y más según la práctica profesional, del profesorado, de iniciar al deporte hacia las edades mencionadas.

Debido a que hay que respetar las reglas, la justicia es importante en la práctica deportiva. Como en la sociedad, el deporte muestra una subcultura, con sus propias normas, que, aunque en algunos casos no sean exactas e iguales que en la vida real, permiten que los alumnos respeten las decisiones de los demás, otorgándole una estructura dialéctica. La deportividad16 se manifiesta en un mundo propio, con unas condiciones muy específicas, donde los jugadores representan, en ciertos momentos, unos roles diferenciados, y en otros momentos unos roles semejantes. Desde la educación deportiva, utilizar formas de participación que impliquen no sólo la de jugador, también la de árbitro, por ejemplo, ayuda a comprender cómo se sienten los demás. Son ellos y ellas los que deben participar e interpretar las reglas para resolver los conflictos que suceden en la práctica deportiva, y no el adulto, en este caso el profesorado, porque el alumnado queda eleto ante algunas de las situaciones que no comprende; el profesorado, lo que tiene que tener es un papel de aportar ayuda para que sea el alumnado el protagonista.

Las reglas tienen una incidencia muy importante en el juego, pues derivan en una aceptación, por parte de todos los participantes, de unas normas que tienen que acatar y la persona que las trasgrede es sancionada, con mayor rigor cuando esas mismas reglas son diseñadas y asumidas por los practicantes; incluso parece necesario que durante la práctica deportiva se asuman conductas que implique una mayor pureza que la de las propias reglas, tener un comportamiento ético, no sólo seguir las reglas al pie de la letra.

Como hemos dicho (Castejón Oliva, 2000) debido a que la competición tiene unos rasgos penetrantes en la actividad deportiva, es necesario que existan unas reglas, porque los participantes necesitan de un conocimiento de las normas para que el deporte se mantenga dentro de unos límites iguales para todos. Estas reglas no se mantienen rígidas, y menos en la etapa inicial, sino que evolucionan de la misma manera que evolucionan las creencias de los alumnos a lo largo de la etapa educativa.

Quizás sea en el deporte colectivo donde se puede comprobar con más amplitud la repercusión de las reglas y el respecto por las mismas. La opinión de todos los integrantes de un equipo debe ser asumida, las tensiones, los diálogos, las alabanzas, las críticas, etc. son tomadas por el grupo, permitiendo una responsabilidad compartida, algo que contrasta con los juegos (López Ros y Eberle, 2003). A su vez, el jugador tiene un campo de relativa libertad, donde puede tomar sus propias decisiones, siempre y cuando respete las normas y obligaciones del juego. Por lo tanto, el respeto al reglamento, condición indispensable en todo juego, puede suponer una transferencia de la ética deportiva a la vida real.

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